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El Paraná se queda sin agua: dos años de sequía ponen en jaque a una de las mayores cuencas sudamericanas

  • Desde 2019, las aguas de la cuenca del Paraná-Plata viven un ciclo de descenso que ya es el más prolongado de la historia.
  • Las variaciones climáticas y las actividades humanas —deforestación, actividad agropecuaria, infraestructuras, dragado— explican la situación. Nadie aventura las consecuencias a largo plazo.

No llueve. Y si llueve, lo hace con tanta timidez que no alcanza para compensar una espera que comenzó en junio de 2019 y dos años después se ha convertido en una preocupación mayúscula. La cuenca de los ríos Paraná-Plata padece desde entonces una sequía con efectos que se evidencian a primera vista y consecuencias que nadie se atreve a predecir.

El Paraná, eje central de una cuenca que cubre casi tres millones de kilómetros cuadrados, se encuentra en un estado que asombra a quienes viven a sus orillas y alarma a los científicos. De punta a punta de su trayecto —3940 kilómetros que nacen en las sierras del sureste brasileño y desembocan en la Argentina a las puertas de la ciudad de Buenos Aires, luego de bañar también las tierras de Paraguay—, el nivel de las aguas muestran un descenso pocas veces visto con anterioridad. “En cuanto a los tiempos de duración, es la bajante (el descenso) más importante que se tenga registro”, señala Gustavo D’Alessandro, presidente del Consejo Hídrico Federal argentino. “La de 1944 fue la más marcada, porque se llegó a medir -0,80 metros de altura en el puerto de Barranqueras, en Chaco, pero si la situación se mantiene, en octubre podríamos superarla y llegar a -1,35 metros”, dice D’Alessandro, sin ocultar la cifra que con la sola mención produce escalofríos.

Lancha varada sobre el lecho seco del Paraná Viejo, brazo desprendido que corre paralelo al cauce principal del Paraná en la provincia argentina de Entre Ríos. Foto: Asoc. Argentina de Abogados Ambientalistas.

Dueño de un caudal medio de 16 000 metros cúbicos por segundo en tiempos normales (actualmente no supera los 7000), la dinámica del Paraná posee una variabilidad natural que origina ciclos de sequías e inundaciones que pueden ser anuales pero también abarcar décadas enteras. A grandes rasgos, se considera que la primera mitad del siglo XX fue un período de lluvias escasas, al contrario de lo que ocurrió en la segunda mitad. La gran diferencia es que las condiciones se han modificado de una manera tan radical en los últimos cien años y con ellas, es muy posible que la capacidad de recuperación del río también sea distinta.

Si bien no existe un consenso unánime sobre el origen de la situación actual, los científicos coinciden en alertar que el futuro será sombrío si no se modifican conductas de fondo relacionadas con el tratamiento del río y las tierras de toda la cuenca.

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La Niña y las actividades humanas

Juan Burós es ingeniero civil y subgerente del área de Sistemas de Información y Alerta Hidrológico en el Instituto Nacional del Agua (INA). Desde hace 38 años recorre y conoce cada sector del río: “En 1944 la vulnerabilidad era menor, porque alrededor del Paraná vivía mucho menos gente. Desde entonces hasta ahora hubo cambios notorios: hoy la economía argentina depende del Paraná mucho más que hace 78 años. El corrimiento (ampliación) de la frontera agrícola ha sido muy marcado, y este cambio de uso del suelo potencia los extremos de bajantes y crecidas”, explica.

Las causas que están provocando la situación actual es un tema de discusión latente entre la comunidad científica que estudia el fenómeno. “Son muchas cuestiones de distintas magnitudes que se van sumando”, indica Cecilia Reeves, bióloga integrante del área Humedales para la Vida en Taller Ecologista, una organización socioambiental con sede en Rosario, la ciudad de mayor tamaño a orillas del río. “La bajante llega porque hay menos lluvias en toda la cuenca, desde Brasil hasta el Río de la Plata, un fenómeno climatológico derivado del evento La Niña que se declaró en agosto de 2020”, sostiene Reeves, pero agrega: “Los que estudian el cambio climático dicen que esto es parte de ese cambio; otros aseguran que no. Es cierto que el grado creciente de deforestación y los incendios en la Amazonía hacen que la selva transpire menos y no se formen los llamados ‘ríos voladores‘ que originan lluvias, pero tampoco se puede trazar una línea directa de causa-efecto en relación a la bajante”.

Las tablas de medición de altura del puerto de Barranqueras atestiguan el vigor de la bajante. En esa zona, el Paraná ya ha alcanzado niveles por debajo del metro. Foto: Horacio Torres.

Como muestra del disenso, Burós relativiza la trascendencia que pueda tener La Niña, un fenómeno con epicentro en el océano Pacífico que reduce la humedad del aire y, por ende, la cantidad de lluvias en el continente: “Cuando se declaró oficialmente La Niña nosotros ya llevábamos cinco meses de bajante. En nuestra región esos fenómenos pegan si son intensos. Ahora son flojos o tibios y las perspectivas futuras indican neutralidad o una Niña suave. Entiendo que los forzantes (causas) locales tienen aquí más importancia que los globales”, sostiene.

Por eso Gustavo D’Alessandro hace hincapié en las mano del hombre, “que sin duda ha estado empeorando la situación”. El Paraná es desde hace muchos años un cauce multifragmentado por las represas (solo en territorio brasileño hay 20) y la intervención humana a través de obras de infraestructura o el dragado permanente para facilitar el tráfico fluvial. “Para construir el puente Rosario-Victoria hubo que crear terraplenes y modificar el curso del río”, recuerda Cecilia Reeves, “ese tipo de acciones que alteran la tipología del sistema lo dejan más vulnerable ante nuevas actividades. El valle de inundación queda más expuesto y toda su estructura biótica sufre las consecuencias”.

Ya sea que incidan más unas razones que otras, el resultado es una alteración del clima que no solo está provocando el actual descenso en los niveles de la cuenca y ha puesto en estado de alerta a los países implicados —la escasa humedad del suelo aumenta de manera notable el peligro de incendios desde el Mato Grosso y el Pantanal de Brasil y Paraguay hasta el Delta argentino—, sino que augura más complicaciones en el futuro. “La variabilidad climática está muy potenciada respecto a décadas anteriores (…) y lo que cabe esperar son cambios cada vez más bruscos. Tenemos que acostumbrarnos y estar preparados a enfrentar los dos extremos porque nos van a jaquear de manera permanente”, subraya Juan Borús sin dejar lugar a dudas.

La bajante ha dejado al descubierto los gruesos pilares que sostienen el puente Rosario-Victoria. La diferencia de coloración marca dónde llega la línea en épocas normales. Foto: Asoc. Argentina de Abogados Ambientalistas.

Armar posibles escenarios climáticos e hidrológicos es la tarea cotidiana de Inés Camilloni, doctora en Ciencias de la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires. Sus investigaciones le permiten confirmar el diagnóstico sobre la radicalización climática, aunque con un añadido interesante: “Si bien los caudales mínimos tenderán a ser más mínimos y los máximos, más máximos, la estimación indica que la intensidad de las bajantes podría aumentar de un 10 a un 15 por ciento, mientras que la de las crecientes lo haría en solo un 5 por ciento”, puntualiza en su análisis.

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Agua, energía y economía en alerta

Guillermo Lanfranco es gerente de comunicación de Aguas Santafesinas, la empresa encargada de potabilizar el líquido que se extrae del Paraná y algunos de sus afluentes, y conoce de primera mano una de las consecuencias más notables que pueden padecer los habitantes de las riberas si este descenso se acentúa en los próximos meses. “Hoy las bombas de succión trabajan forzadas, con mucha presión mecánica para mantener la oferta necesaria, pero si el nivel del río disminuye todavía más es posible que debamos ajustarla. Nunca habíamos vivido una situación así”, dice con claridad en el documental Bajo Río, realizado por la Universidad de Rosario, en el que aprovecha para pedir que la población empiece a moderar el uso para prevenir futuros faltantes.

La luz presenta también sus propios problemas. Si bien en los últimos días de julio los responsables de la central eléctrica de Itaipú, ubicada en el límite de Paraguay y Brasil a pocos kilómetros de la triple frontera con Argentina, garantizaron la provisión de energía pese a que el nivel del embalse se encuentra por debajo de sus límites históricos, nadie puede afirmar que la situación pueda alterarse dentro de unos meses si la primavera no trae las anheladas lluvias. “Las represas de la cuenca alta están funcionando al 35 % de su capacidad, y la de Yaciretá (más al sur, entre Paraguay y Argentina), en torno a un 50 %. Si no llueve podríamos tener inconvenientes con la provisión de electricidad”, alerta Gustavo D’Alessandro.

La caída en los niveles de la cuenca, por otra parte, ya está perjudicando la economía. El 85 por ciento de las exportaciones argentinas salen en grandes barcos desde los puertos del Paraná Inferior, por donde también se marchan el 73 por ciento de las exportaciones paraguayas y el 20 por ciento de las bolivianas. La Bolsa de Comercio de Rosario estima en 315 millones de dólares las pérdidas generadas por la situación entre marzo y agosto de este año, que se suman a los 240 millones acumulados en 2020. El motivo es que los buques deben reducir la carga en sus bodegas en cantidades que oscilan entre las 6000 y las 10 000 toneladas para evitar encallarse. Por supuesto, los pescadores artesanales también se cuentan entre las “víctimas”. Las autoridades han impuesto vedas de captura que en algunos sitios ya son totales y complican la subsistencia de las familias que basan sus ingresos en esta actividad.

Las cosas incluso empeoran a medida que se asciende rumbo al norte. “El puerto de Barranqueras está sin operar porque las barcazas no pueden ingresar”, informa D’Alessandro. Por allí llegan los hidrocarburos que abastecen a cuatro provincias del noreste argentino, que ahora deben ser transportados en camiones, lo cual encarece el traslado, disminuye la cantidad y aumenta los tiempos de viaje.

El muelle del puerto de Barranqueras, en Chaco, quedó inutilizado en los últimos días de julio de este año. El agua ya no alcanza ni a mojar sus vigas. Foto: Horacio Torres.

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Los peces, la fauna más afectada

Con todo, nada resulta más peligroso que el daño ambiental que ya está produciendo este descenso significativo en la cuenca. La fauna ictícola es la que recibe el impacto directo. “Las especies adaptadas al humedal ven alterado su medio y se ven obligadas a migrar o buscarse la vida de otra manera. Los peces pierden las áreas donde desovan y en otros casos los huevos y alevines (crías de peces) quedan expuestos a depredadores. En el largo plazo, esto reducirá las poblaciones”, resume la bióloga Cecilia Reeves. “Desde 2015 no hay una gran inundación que genere el estímulo y el espacio de cría de peces que después mantenga la población hasta el siguiente ciclo de lluvias. Si el estado actual continúa, el grupo de peces más extraído vivirá una situación crítica”, abunda Andrés Sciara, docente e investigador de la Universidad de Rosario, en el ya citado documental Bajo Río.

El sábalo (Prochilodus lineatus), la tararira (Hoplias malabaricus), el dorado (Salminus brasiliensis), la boga (Leporinus obtusidens) o el pacú(Piaractus mesopotamicus) son esas especies que están en riesgo y a los que en algunos sectores del río se intenta proteger con la veda de su pesca.

Es invierno en Argentina, pero el sol ardiente reflejado en las escasas manchas de agua que sobreviven en el cauce del río Paraná Viejo parece desmentirlo. Foto: Asoc. Argentina de Abogados Ambientalistas.

Si algo falta para acercarse a un escenario de catástrofe que algunos científicos temen que pueda ser irreversible, el Gobierno argentino se plantea aumentar el calado (profundidad que alcanza la parte sumergida de una embarcación) y ensanchar la Hidrovía, el canal navegable del Paraná. El objetivo es facilitar la entrada de buques con mayor capacidad de carga y que puedan hacerlo con doble vía de circulación. El fin último, por supuesto, es aumentar las posibilidades para exportar granos y otras mercancías, lo cual sería además un estímulo para potenciar la expansión de la frontera agropecuaria, tanto en Argentina como en Paraguay, Bolivia y el sur de Brasil.

“Si se concreta, es de sentido común pensar que habrá un impacto directo en la fauna y en los márgenes del río”, razona Juan Borús. “En algún momento el agua volverá”, dice convencida Reeves, “pero la gran pregunta es saber qué haremos mientras tanto con la inversión inmobiliaria, los endicamientos (formación artificial de diques en los cauces de un río) para la explotación agroganadera o el dragado del cauce. Todo esto es muy importante para la recuperación. El valle de inundación es parte del río y si no lo cuidamos habrá problemas. Esta bajante deja muy en evidencia la interdependencia entre las sociedades y los sistemas que habitamos”, agrega.

Algunos caballos aprovechan el descenso del río Negro, afluente del Paraná en la provincia del Chaco, para rumiar los brotes que todavía se mantienen verdes. Foto: Horacio Torres.

Las lluvias que suelen ser de unos 1800 milímetros de agua al año en el área brasileña han disminuido a menos de la mitad. Lo mismo ocurre en las zonas de las provincias argentinas de Misiones y Corrientes acostumbradas a recibir hasta 2400 milímetros. El CEMADEN, Centro de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales de Brasil, dice que no puede anticipar cuándo comenzará ni cómo será la temporada de lluvias que de norte a sur alimentan todo el sistema. Las autoridades se limitan a idear parches para sortear la contingencia sin mirar mucho más allá. No llueve. El agua del bravío Paraná va desapareciendo un poco más cada día y hoy por hoy nadie es capaz de asegurar que volverá a ser lo que era.

Imagen principal: El Paraná a su paso bajo el Puente de la Amistad, entre Foz de Iguazú (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay). En abril de 2020, la sequía ya dejaba ver sus efectos en toda la cuenca. Foto: O Globo.